EL SINDROME DE PROCUSTO: CRISTIANOS AMENAZADOS POR EL EXITO AJENO | REFLEXIÓN 3.3 TRENDING TEAM


 El síndrome de Procusto es una metáfora que se refiere a la tendencia de algunas personas a limitar o "cortar" las habilidades, talentos o crecimiento de los demás para que se ajusten a sus propios estándares o ideas preconcebidas. Esta actitud se manifiesta en quienes se sienten amenazados por la excelencia o el éxito ajeno y, en lugar de celebrarlo, buscan disminuirlo o adaptarlo a lo que consideran aceptable. En el contexto de la iglesia y la vida espiritual, este síndrome puede aparecer cuando los miembros de la comunidad tratan de imponer sus propios criterios o normas sobre los demás, en lugar de respetar la diversidad de dones y la obra que Dios realiza en cada persona.


En la iglesia, cada creyente tiene dones diferentes, como bien lo enseña el apóstol Pablo en 1 Corintios 12:4-6: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo”. Dios no nos hizo a todos iguales ni nos ha llamado a cumplir exactamente los mismos roles en su obra. Pretender que todos se ajusten a un molde único sería negar la creatividad y la intención de Dios en la variedad que existe dentro de su pueblo.


El síndrome de Procusto en la vida espiritual puede reflejarse en la resistencia al cambio o a las nuevas formas de servicio o adoración. Algunas veces, en lugar de permitir que otros desarrollen su relación personal con Dios de manera única, algunos miembros de la comunidad pueden criticar o rechazar a aquellos que no se ajustan a sus propias expectativas. Esto contrasta con lo que Pablo nos insta a hacer en Romanos 12:3-6: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo”.


En lugar de cortar o limitar a los demás, la iglesia debe ser un lugar donde los dones y talentos de cada persona sean reconocidos y celebrados, como parte de la obra del Espíritu Santo en el cuerpo de Cristo. En Efesios 4:11-13, Pablo habla sobre cómo Dios mismo dio “a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo”. Es decir, Dios no busca uniformidad, sino una unidad que se nutre de la diversidad. Negar esto por celos o temor a lo diferente sería frenar la obra de Dios y su propósito para cada uno de nosotros.


Por tanto, la reflexión cristiana frente al síndrome de Procusto en la iglesia y en la vida espiritual es un llamado a valorar las diferencias, a celebrar la diversidad de dones y ministerios, y a recordar que Dios obra de manera única en cada persona. Como comunidad de fe, debemos enfocarnos en edificar y animar a los demás, no en poner barreras o limitar lo que Dios puede hacer a través de sus hijos.


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